LAUREANO ALBÁN
laureanoalbanr@yahoo.es
Las dicotomías son fatales: vida y muerte, luz y sombra, amor y odio, etc., son los procaces extremos de sí mismos. Entre los opuestos nos desgarramos todos... No hay salida. Quizá la anhelada iluminación sea la que supere vivencialmente los opuestos; pero, entonces, ¿qué quedaría de este mundo si la realidad vive en los claroscuros y en sus contradicciones? Quizá quedaría la poesía, reina sustancial del oxímoron y de la matización interminable.
Narcisa Castro personificó esas auténticas contradicciones, que son la vida misma: murió el viernes 19 de agosto a las 4 de la madrugada, sola, en un hospital, a los 31 años, después de una vida de dolor y vejaciones sufridas desde niña, con diabetes juvenil, con un devorador cáncer mortal, y madre de un niñito de casi 7 años, desde el doloroso laberinto del amor y del desamor.
Narcisa escribió numerosos y magníficos libros, como Los cantos de Lilith, gran obra testimonial del drama de la mujer como madre y amante, sin superficialismos de género, basado en la mítica figura de la paradójica Lilith. Este libro la convierte en una de las más grandes poetas –de cualquier país– que yo haya leído.
Hay grandes poetas que se consubstancian dramáticamente con la dicotomía ontológica del vivir; generalmente fracasan en lo personal, pero triunfan en lo transpersonal: Vallejo, Kavafis, Lorca, Eunice, Jiménez Huete, Narcisa Castro...
Espejos de todas las sombras y de todas las luces, viven y acaban quebrándose, como es menester; pero no generalicemos. También hay grandes poetas “felices”: Neruda, Juan Ramón, Perse, Whitman. No es que no fueran supraconscientes de las dicotomías, ni menos hiperestésicos ante ellas, sino que fueron mejores administradores de sus propias contradicciones.
Por ejemplo, los ingenuos aseguran que Vallejo es un poeta más auténtico que Neruda. No es cierto; simplemente, Neruda se administraba mejor, y Vallejo fue la víctima quizá involuntaria de sí mismo.
Hay una anécdota, poco conocida, que relató Max Jiménez Huete: se encontró en París a César Vallejo hambriento y lo invitó a un café, y este le contestó: “Max, no me alborotes el hambre”. Probablemente Neruda hubiera aceptado la invitación del rico poeta cafetalero y, ya con el hambre “alborotada”, hubiera logrado un “bon vino” y quizá algo más...
Narcisa tenía muchos parecidos con Eunice Odio: marginada, frágil, bella y acosada por los buitres del machismo. Tenía sobre todo genio, mucho genio creativo; no se lo perdonaron, y fue “ninguneada”, como Eunice, por la mediocracia promedio de la coetaneidad literaria.
Sólo se puede resistir creando y creando y creando hacia la excelencia. Esto hizo Narcisa: avasallada por su durísima biografía personal, creó muchos y magníficos libros, casi todos aún inéditos y sólo unos pocos publicados en sufridas ediciones marginales y artesanales.
El mejor de ellos quizá sea Los cantos de Lilith, publicado en una edición personal casi clandestina, que yo tuve la complicidad de prologarle para el posterior silencio... Solamente hay breves destellos históricos o kármicos en los que la oscura complicidad de la mediocridad mayoritaria se rompe durante la vida de un gran creador.
¡Con qué maestría Narcisa combina la curva dramática, los valores creativos y la eufonía versal, con una conmovedora confesionalidad catártica, propia de una gran poesía. Escuchémosla en “Tu hijo te mira”:
“Yo lo imagino corriendo por la casa, / deambulando por los nudos / de todas mis heridas, / queriendo soltarlas una a una. / ['] con la misma mirada triste / con la que vos mirás a tu padre, / con la que yo miro al mío, / con la que yo te miro a vos, / sabiéndome menos que la última urgencia / en los puños del destino, / en las estrellas insolentes de tus manos, / de tus manos sucias / incorregiblemente por la ausencia”.
Quizá un tanto, quizá sí, quizá acaso Narcisa comparta con Vallejo la “insurrección solitaria” de la poca magnífica poesía que logra fundir el drama personal con el drama cósmico. Difícilmente, alguna editorial cultural publicará la ingente y maravillosa obra inédita de Narcisa. Mientras tanto, como sentenció Rubén Darío: “Hacia Belén la caravana pasa...”.
Como afirma Beto Cañas, presidente imprescindible de la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, y una de las últimas trincheras válidas –junto con la UCR– de la poesía en nuestro país: “La gradería de sol se ha metido a la cancha”. Por esto ya no publicamos “goles literarios”.
Como vemos, después de sufrir irremediablemente su destino de herida que canta, Narcisa Castro está naciendo con la lentitud de los grandes nacimientos.
Quisiera que mi poema dedicado a ella, desde mi “dolorido sentir”, sea parte de esta nueva acta de nacimiento de una gran poeta aún en el exilio mediático –como sucedió con Eunice Odio– en su propio país.
POEMA A NARCISA CASTRO
Pocas muertes serán tan interminables
como la tuya.
Has muerto sentenciada por la vida.
Todo el polvo esperaba que cayera
tu sombra de poeta sin orillas.
Luchaste contra todas las sentencias:
La del canto diciendo tus heridas,
el ser mujer y amar lo inevitable,
el hijo que subió de tus cenizas,
y el poema que Dios escribió en tu dolor
eternamente.
Menuda de silencios como el viento,
con un rictus de niña acongojada,
y luchando contra las invencibles lejanías del hombre...
Y al fin llegó la tersa, temida transparencia,
y te arrastró hacia el fondo de ti misma
con un golpe de muerte sin raíces.
Ahora todo acabó, ¡ay!, pero todo empieza
en tus torvos poemas que al fin serán tu vida
más allá del dolor que aquí culmina.
Obra Poética de Narcisa Castro: (Libros publicados e inéditos) El eterno silencio de mis nostalgias (Editorial Guayacán, 2000). Testigos del fuego (Editorial Guayacán, 2001). La última hora de la distancia (EUCR). Los cantos de Lilith (Ediciones del Movimiento Literario Trascendentalista, Círculo de Poetas Costarricenses). De fantasmas y otras ausencias. De dioses y otras equivocaciones. Todavía es el olvido. Borrador de azahares. Tormenta donde ya no estarás. Las estaciones del amante.
laureanoalbanr@yahoo.es
Las dicotomías son fatales: vida y muerte, luz y sombra, amor y odio, etc., son los procaces extremos de sí mismos. Entre los opuestos nos desgarramos todos... No hay salida. Quizá la anhelada iluminación sea la que supere vivencialmente los opuestos; pero, entonces, ¿qué quedaría de este mundo si la realidad vive en los claroscuros y en sus contradicciones? Quizá quedaría la poesía, reina sustancial del oxímoron y de la matización interminable.
Narcisa Castro personificó esas auténticas contradicciones, que son la vida misma: murió el viernes 19 de agosto a las 4 de la madrugada, sola, en un hospital, a los 31 años, después de una vida de dolor y vejaciones sufridas desde niña, con diabetes juvenil, con un devorador cáncer mortal, y madre de un niñito de casi 7 años, desde el doloroso laberinto del amor y del desamor.
Narcisa escribió numerosos y magníficos libros, como Los cantos de Lilith, gran obra testimonial del drama de la mujer como madre y amante, sin superficialismos de género, basado en la mítica figura de la paradójica Lilith. Este libro la convierte en una de las más grandes poetas –de cualquier país– que yo haya leído.
Hay grandes poetas que se consubstancian dramáticamente con la dicotomía ontológica del vivir; generalmente fracasan en lo personal, pero triunfan en lo transpersonal: Vallejo, Kavafis, Lorca, Eunice, Jiménez Huete, Narcisa Castro...
Espejos de todas las sombras y de todas las luces, viven y acaban quebrándose, como es menester; pero no generalicemos. También hay grandes poetas “felices”: Neruda, Juan Ramón, Perse, Whitman. No es que no fueran supraconscientes de las dicotomías, ni menos hiperestésicos ante ellas, sino que fueron mejores administradores de sus propias contradicciones.
Por ejemplo, los ingenuos aseguran que Vallejo es un poeta más auténtico que Neruda. No es cierto; simplemente, Neruda se administraba mejor, y Vallejo fue la víctima quizá involuntaria de sí mismo.
Hay una anécdota, poco conocida, que relató Max Jiménez Huete: se encontró en París a César Vallejo hambriento y lo invitó a un café, y este le contestó: “Max, no me alborotes el hambre”. Probablemente Neruda hubiera aceptado la invitación del rico poeta cafetalero y, ya con el hambre “alborotada”, hubiera logrado un “bon vino” y quizá algo más...
Narcisa tenía muchos parecidos con Eunice Odio: marginada, frágil, bella y acosada por los buitres del machismo. Tenía sobre todo genio, mucho genio creativo; no se lo perdonaron, y fue “ninguneada”, como Eunice, por la mediocracia promedio de la coetaneidad literaria.
Sólo se puede resistir creando y creando y creando hacia la excelencia. Esto hizo Narcisa: avasallada por su durísima biografía personal, creó muchos y magníficos libros, casi todos aún inéditos y sólo unos pocos publicados en sufridas ediciones marginales y artesanales.
El mejor de ellos quizá sea Los cantos de Lilith, publicado en una edición personal casi clandestina, que yo tuve la complicidad de prologarle para el posterior silencio... Solamente hay breves destellos históricos o kármicos en los que la oscura complicidad de la mediocridad mayoritaria se rompe durante la vida de un gran creador.
¡Con qué maestría Narcisa combina la curva dramática, los valores creativos y la eufonía versal, con una conmovedora confesionalidad catártica, propia de una gran poesía. Escuchémosla en “Tu hijo te mira”:
“Yo lo imagino corriendo por la casa, / deambulando por los nudos / de todas mis heridas, / queriendo soltarlas una a una. / ['] con la misma mirada triste / con la que vos mirás a tu padre, / con la que yo miro al mío, / con la que yo te miro a vos, / sabiéndome menos que la última urgencia / en los puños del destino, / en las estrellas insolentes de tus manos, / de tus manos sucias / incorregiblemente por la ausencia”.
Quizá un tanto, quizá sí, quizá acaso Narcisa comparta con Vallejo la “insurrección solitaria” de la poca magnífica poesía que logra fundir el drama personal con el drama cósmico. Difícilmente, alguna editorial cultural publicará la ingente y maravillosa obra inédita de Narcisa. Mientras tanto, como sentenció Rubén Darío: “Hacia Belén la caravana pasa...”.
Como afirma Beto Cañas, presidente imprescindible de la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, y una de las últimas trincheras válidas –junto con la UCR– de la poesía en nuestro país: “La gradería de sol se ha metido a la cancha”. Por esto ya no publicamos “goles literarios”.
Como vemos, después de sufrir irremediablemente su destino de herida que canta, Narcisa Castro está naciendo con la lentitud de los grandes nacimientos.
Quisiera que mi poema dedicado a ella, desde mi “dolorido sentir”, sea parte de esta nueva acta de nacimiento de una gran poeta aún en el exilio mediático –como sucedió con Eunice Odio– en su propio país.
POEMA A NARCISA CASTRO
Pocas muertes serán tan interminables
como la tuya.
Has muerto sentenciada por la vida.
Todo el polvo esperaba que cayera
tu sombra de poeta sin orillas.
Luchaste contra todas las sentencias:
La del canto diciendo tus heridas,
el ser mujer y amar lo inevitable,
el hijo que subió de tus cenizas,
y el poema que Dios escribió en tu dolor
eternamente.
Menuda de silencios como el viento,
con un rictus de niña acongojada,
y luchando contra las invencibles lejanías del hombre...
Y al fin llegó la tersa, temida transparencia,
y te arrastró hacia el fondo de ti misma
con un golpe de muerte sin raíces.
Ahora todo acabó, ¡ay!, pero todo empieza
en tus torvos poemas que al fin serán tu vida
más allá del dolor que aquí culmina.
Obra Poética de Narcisa Castro: (Libros publicados e inéditos) El eterno silencio de mis nostalgias (Editorial Guayacán, 2000). Testigos del fuego (Editorial Guayacán, 2001). La última hora de la distancia (EUCR). Los cantos de Lilith (Ediciones del Movimiento Literario Trascendentalista, Círculo de Poetas Costarricenses). De fantasmas y otras ausencias. De dioses y otras equivocaciones. Todavía es el olvido. Borrador de azahares. Tormenta donde ya no estarás. Las estaciones del amante.
LAS CIUDADES DEL INSOMNIO
Narcisa Castro Arguedas
Tomá esta sonrisa
de mis soledades,
la lumbre suelta en el poema
y los cantos vencidos
inexplicablemente
en estas aceras desnudas
de la mañana,
que desnuda estoy
respondiendo las perezosas
preguntas de la noche.
Sí, amaneciendo
en tu apacible sombra
de pan y poesía.
Tomá este gesto
ceñido en todas las costumbres
del fuego,de la lluvia
y de tantos y tantos mares
que se nos escapan.
Hoy parto mordida de abandonos,
descalza,
así desarropada
en todas las ciudades del insomnio.
Vení a beberte la lluvia,
todos los domingos amarrados
en mis azares
y no me veás desde ahí
donde el pecado es tan solo
otro augurio
y mi sonrisa el austero
milagro
milagro
de todos los abrazos.
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